Texto: Edwin Rodríguez
Publicado: Periódico La estrella de Panamá
edwinhr2332@hotmail.com
Sentada con indolencia delante de su rancho, sobre la tierra roja que la vio nacer; contempla con mirada soñadora el lejano Cerro, el cielo azul, el deleitable canto del alcatraz que caza en la orilla del imponente río San Félix, que, ocultándose a trechos en el ramaje oscuro de los barrancos, reaparece más allá, bajo el pórtico sombrío, cual una silampa que asoma en el cafetal, envuelta en el blanco velo de la niebla matutina.
Publicado: Periódico La estrella de Panamá
edwinhr2332@hotmail.com
Sentada con indolencia delante de su rancho, sobre la tierra roja que la vio nacer; contempla con mirada soñadora el lejano Cerro, el cielo azul, el deleitable canto del alcatraz que caza en la orilla del imponente río San Félix, que, ocultándose a trechos en el ramaje oscuro de los barrancos, reaparece más allá, bajo el pórtico sombrío, cual una silampa que asoma en el cafetal, envuelta en el blanco velo de la niebla matutina.
Con sus descalzos pies en el suelo y el cobrizo y ancho rostro en las palmas de las manos, la mujer Ngäbe-Buglé piensa, idealiza. En su tenaz alma de guerrera flotan vagos recuerdos de tradiciones, de leyendas lejanas que evocan en su espíritu la borrosa visión de la raza, dueña legítima de la tierra. Una sombra de tristeza apaga el brillo de sus pupilas y entenebrece la expresión melancólica de su semblante. Por el aparente peligro de su pedazo de terruño que heredase de sus ancestros. Sólo le inquieta, el supuesto asecho codiciado, de aquélla loma. ¡Cuantos intentos de invasiones ha tenido que resistir! ¡Cuántos medios de seducción, y qué de las intrigas y de asechanzas para arrancarle un tajo de sus entrañas!
Pero todo se ha roto afortunadamente, en su tenaz resistencia para deshacerse de ese pedazo de tierra en donde se pierde la luz, donde el implacable sol a la hora que las gallinas, se disponen a trepar la talanquera, para su siesta, cesa su quemar de la curtida piel; y desde el cual la vista descubre, a lo lejos, ¡tan bellos y vastos horizontes! la valiente Ngäbe, la hija, de Urracá y su madre tierra ,que se rehúsa, con la fuerza de su cultura milenaria que hoy conserva como un tesoro inalienable, cohabitando con lo que le rodea, con la lluvia, el viento, la montaña, el cielo, es feliz en este paisaje, donde hay tiempo para reír y llorar, para contar las leyendas a sus descendientes en las noches de lunas y estrellas, para poner los sueños al día, Para danzar con los pájaros sintiendo el aire fresco del amanecer y del atardecer; hablar en silencio, con los animales, las plantas, los Espíritus.
La Ngäbe, Siembra con la Luna las semillas para sus alimentos, tiñe el junco para hacer el sombrero, hace el brebaje como le enseñó la antecesora, canta al nuevo día. Mujer, como la Madre Tierra, fértil, callada, protectora y fuerte. Sabe cuando su naturaleza está en peligro; cuando se avecina la tormenta, allá por la lejanía, pero… el alcor, ¡Entregar, enajenar...! ¡Eso, dijeron: ¡nunca! Pues, su legado de sabiduría arrastrada desde la época de la colonización, les ha enseñado que: Mientras el dinero y el oro, se desvanecen sin dejar rastro, la tierra es eterna, jamás los abandona. Como madre amorosa los sustenta y cobija sobre sí, en la vida, y abre sus venas para recibirles en ellas cuando se llega la hora de la muerte.
Es por ello, que Este ocho de marzo, Día Internacional de la Mujer, ante el diálogo y la paz, rendimos homenaje y admiración a todas nuestras hermanas indígenas, pero muy especialmente, las mujeres Ngäbe que junto a sus maridos, con sus hijos a cuestas, dejaron la desamparada choza a sus espaldas, su tranquilidad y quehaceres cotidianos, no para emprender el éxodo a tierras altas, a la acostumbrada cosecha de café; si no, para bajar y defender a su majestuosa y señorial Madre Tierra.
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