Por: Edwin Rodríguez
Publicado: Periódico la Estrella de Panamá
Este era un pueblo campesino, la gente vivía de lo que sembraba y criaba, aunque también había unos pocos que vivían de sus oficios, del mismo modo, había un sastre, una costurera, un médico, una maestra y un banquero, que no sembraban ni criaban nada, pero vivían de su trabajo.
Este era un pueblo campesino, la gente vivía de lo que sembraba y criaba, aunque también había unos pocos que vivían de sus oficios, del mismo modo, había un sastre, una costurera, un médico, una maestra y un banquero, que no sembraban ni criaban nada, pero vivían de su trabajo.
Existía también un Alcalde, que se dedicaba a mantener la paz, intervenía cuando había problemas de linderos, y castigaba a todo aquel que se robara una vaca o un caballo, les obligaba a devolverlo y le dejaba detenido un tiempo como castigo. Igualmente el Alcalde se ocupaba de traer trabajadores de otros pueblos para que repararan las calles y veredas, he hicieran otras nuevas.
Un día el Alcalde murió, y en el pueblo se reunieron para ver quien sustituiría al infortunado. Como nadie quería, uno de ellos que tenía a su hijo desempleado en la ciudad, dijo que llamaría a su hijo para que ocupara el puesto, y a todos les pareció muy bien.
El substituto del Alcalde, que había estudiado economía encontró que aquello era muy atrasado, que el pueblo tenía potencial para ser rico y moderno.
Para modernizar el ayuntamiento, empezó el nuevo Alcalde por abrir una cuenta en el banco y pedir una chequera para la alcaldía. Así los gastos estarían mucho más controlados y sería mejor para todos.
Decretó entonces que en el pueblo había un mendigo, que había tenido mala vida puesto que no había trabajado nunca, y que ese indigente tenía derechos como todos los demás del pueblo, y que debía ser atendido por el médico, debía ser vestido por la costurera, calzado por el zapatero, y también, habría de construírsele una casa.
Estuvo muy feliz el menesteroso, que hasta esa fecha se había vestido con la ropa vieja que le regalaban los citadinos, igual se había calzado y alimentado.
El Alcalde decidió que para pagar todo aquello del mendigo, cada poblador debía pagar una pequeña cuota, adicional a la que la pagaban para sufragar su sueldo y los gastos comunes, y entonces decidieron dejar de ocuparse del mendigo, porque de eso ya se ocupaba el Alcalde.
Don Ermenegildo, que era uno de los campesinos y agricultor, que se gastaba mensualmente 100 dólares en semillas y fertilizantes, tuvo entonces que gastar solo 80, pues el resto se le iba a la manutención del pordiosero y las nuevas ideas del Alcalde. Como es lógico Don Ermenegildo produjo una cosecha más pobre y como él, muchos otros pobladores.
Algunos habitantes, al ver que después de pagarle al Alcalde no les quedaba dinero alguno, decidieron hacerse mendigos también, así podrían contar con todo lo que contaba el pordiosero sin necesidad de trabajar.
El dinero no alcanzaba, así que compró el banco, ahora no sólo era Alcalde, sino banquero, y suprimió totalmente el dinero, sustituyéndolo por cheques que el mismo emitía. Así les pagaba al sastre, costurera, maestra y a todos. Y los cheques no estaban limitados a la cantidad de dinero que tenía en su cuenta la alcaldía, porque él en realidad podría emitir tantos cheques como quisiera y fueran necesarios.
Vio entonces el Alcalde como el pueblo se empobrecía bajo su gestión, y hubo quien le sugirió que le quitara el subsidio a los mendigos y les obligara a trabajar para comer, pero aquel Alcalde tan estudiado y moderno, pensó que aquello no era una solución, que eso era atraso propio de conservadores crueles y capitalistas que sólo pensaban en el dinero.
Tras noches de no dormir, el Alcalde tuvo una idea genial, y contrató a Un empresario, para que les comprase los burros a los pobladores a fin de mejorarles su situación económica.
El Negociante, se dirigió a la comunidad donde nunca había estado antes y ofreció a sus habitantes 100 balboas por cada burro que le vendieran. Buena parte de la población le vendió sus animales. Al día siguiente volvió y ofreció mejor precio, 150 por cada burrito, y otro tanto de la población vendió los suyos.
Y a continuación ofreció 300 balboas y el resto de la gente vendió los últimos burros. Al ver que no había más animales, ofreció 500 rúcanos por cada asno, dando a entender que los compraría a la semana siguiente, y se marchó.
Al día siguiente mandó a su ayudante con los burros que compró a la misma localidad para que ofreciera los burros a 400 balboas cada uno.
Como era de esperar, este ayudante desapareció, igual que el señor, y nunca más aparecieron.
Resultado:
El distrito quedó lleno de burros y endeudados.
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