miércoles, 25 de abril de 2012

Velocci, ¿Adicto a las Putas?


Cuento Urbano 

 Velocci, ¿Adicto a las Putas?

Clavel nunca imaginó que su futuro estaría en Italia y mucho menos, que su profesión sería su pasaporte.

Por: Edwin Rodríguez

panatocumen@hotmail.com     /     Sígueme: @panatocumen


Clavel aprendió a caminar en la calle como una transeúnte cualquiera.
 
 Jacinta Clavel, nació en un pueblito cerca de Barro negro, en el lado oriente chiricano, en un rancho detrás de la casa de sus abuelos, fruto de un amorío de su madre en la zafra de cosecha de café en Boquete.


Clavel era muy parecida a su progenitora, de hecho heredó su fisonomía. Sus labios gruesos, la mata de su hermoso cabello lacio le llegaba a las protuberantes nalgas, ciñéndose muy bien en su anatomía, y unos ojos que siempre parecían conseguir un buen futuro.

Un buen día, Clavel, llegaba por fin a sus dieciocho primaveras, y en medio de la tremenda parranda y la revoltura de chicha fuerte con chirrisco y al son del pindín, los paisanos le cortejaban, sin saber que ya Clavel era mujer desde los trece.

Pero esas pretensiones a Clavel no eran cosas que le robaban la calma, sus aspiraciones iban más allá, puesto que su futuro era muy prometedor.

Cuando las secuelas del chirri hacían efecto en la cabeza de Clavel, le dijo a su madre que se marchaba y que aquel pueblo en las faldas de Barro Negro, no eran para ella, y que no importaba lo que fuera, sus aspiraciones eran irse para la capital a buscar mejores días.

La madre la miró de refilón desde la altura de su metro sesenta y cinco, pero no le paró bola A LAS locuras de su hija.
Pues estaba vacilando a un mulato corpulento que le sacaba chispas con los ojos, mientras le ofrecía un vaso hasta el tope de aquello que los más recatados llamaban guaro.

La dieciocho añera se metió en su cuarto y le hechó garras a una bolsa media vieja que le habían regalado y le tiró los cuatro mejores trapos que poseía, al tiempo que salió sin rumbo fijo por el callejón; ¡mí decisión es irrevocable! Le dijo a una vecina que trató de detenerla.

Se sentó a orillas de la interamericana y no tardó mucho tiempo, cuando el tráfico comenzó a detenerse. Las ofertas indecentes, de muchos conductores depravados le sobraban. Los piropos de todos los calibres le llovían a la exuberante joven Clavel, que no tardó mucho en aceptar el liff que le ofreció un chombo, que venía de David montado en tremenda nave y con música de bachata de fondo.

Lo primero que hizo Clavel, al subirse en aquella nave fue jurar  y perjurar que jamás volvería a Barro negro, pues sentía que por esos lares no tenía futuro.
El atrevido que la llevó hasta la capital, le ofreció una cama para pasar la noche, un plato de comida y el baño para que se duchara, pero ella sabiendo que la cama era la misma, acepto el refine, una blusita de tiritas y aguantarse enzima toda la noche al buen samaritano que la recogió; como quien dice, para darle la monedita de vuelto.

Pero Clavel estaba decidida a no volver a su terruño, y tenía que sacarle provecho a lo único que poseía.

Por esos atributos, el chombo le insistió que se quedara a vivir con el, pero Clavel dijo que no, que aquello no era para ella, y que si con una noche ya él le ofrecía matrimonio, ¿que mas podría conseguir con su tremendo futuro?, además, si había sacado algo con él, a golpe de caderas, si comuna noche ya le ofrecía matrimonio, ¿qué mas podría conseguir si se lo proponía?

Clavel siguió su camino hacia ese mundo de ensueño; decidió darse una vuelta por el parque legislativo, cuando se encontró con una amiga de la infancia y a la que la madre según se cuenta, había echado de la casa entre gritos por que la descarada se goloseaba a su padrastro.

Con ella, fue aparar a un viejo cuarto alquilado a un costado del famoso parlamento panameño, donde tenían una tremenda vista a la plaza 5 de mayo.
Allí vivía Diana, la amiga que al minuto puso a Clavel al corriente de su mundo, mientras, saboreaba un buen plato de arroz con pollo frito, lo que debía hacer, para lograr el éxito en sus ansias de triunfo y su caminar hacia un futuro mejor.

Amaneció, y lo primero que hiso Diana, fue llevar a su amiga Clavel a el cuarto de Carla, el estilista maricón, para arreglarle la mata de pelo que traía en la cabeza; de paso le compró un par de sandalias rojas en un puesto de buhonero; le prestó una mini falda; la mandó a depilarse el greñero enrollado que le daba de muslo a muslo; mientras caían al suelo, Diana le advertía repetidamente que eso no le gustaba a los turistas, ¡ahora se usa cocobolita! Le explicaba Diana.

La primera noche que salieron por el parque Clavel era otra, su pelo rojocahoba recogido, una blusita escotada en celeste que mostraba un par de tetas en el esplendor de su equilibrio como dos manjares en una vitrina de dulcería, un licra blanco bien clarito que mostraba la mercancía y le partía la monedita en dos, separando adecuadamente cada nalga a su debido hemisferio, dejando poco a la imaginación.

En la calle central Diana le enseñó a defenderse en la vía, a caminar como una transeúnte cualquiera, como actuar ante propuestas obscenas y depravadas, a identificar a los que tienen dinero del turista tacaño, a diferenciar al obrero del capatás haciéndole hincapié repetidamente en que tenia que dar por fútiles todas las palabras y todas las promesas que le hicieran los clientes. ¡Aquí hay mucha competencia! Le repetía y repetía Diana.

Una noche de esas, en Habanos Café, Clavel, conoció a un personaje muy particular con Corte de cabello rapado, pantalón rojo y una adicción hacia las sustancias sicotrópicas  y las prostitutas.
 ¡Me llamo Mario Velocci! ¡Soy Italiano! Si te vas conmigo te pago 1,500 dólares.

Enseguida llamó a su amigo el taxista, Antoni, que lo recogió en un auto Toyota Yaris Advance.

¡llévanos a calle 62 San Francisco! Dijo Velocci.

 el taxista asustado por la cara de volado del Italiano y sabiendo que el efecto de la pichi panameña es de efecto retardado, lo llevó a su apartamento, no sin antes, prestarle 1,500 palos al Italiano.

 Con lo que no contaba Antoni era que Desde esa noche no  volvería a saber más de Clavel  ni del cocobolo de pantalones  rojos y mucho menos de su dinero;  por lo que el taxista  perdió comunicación con el susodicho, pues su  cliente y amigo Velocci cambió su número de teléfono y dejó su apartamento para irse a  la isla Italiana  de Cerdeña con su amada y hermosa puta en busca de mejor futuro…


Un paseo por la 5 de mayo seria el inicio hacia el mundo de ensueño de Clavel.
Foto: Edwing A. Rodriguez 


Cerdeña en Italia seria el destino de Clavel y Velocci donde viven felizmente casados.
 

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