03/05/2020
“Están
todos los pasajeros en la sala de embarque esperando la salida del vuelo cuando
de repente llega el copiloto impecablemente uniformado, con anteojos
oscuros
y un bastón blanco tratando de abrirse paso entre la gente”.
Para
sorpresa de todos, se dirige a la aeronave que estaban esperando para abordar.
Posteriormente,
llega el capitán, que aparentemente comandaría el mismo avión. Tenía puesto un
impecable uniforme y como el copiloto, llevaba gafas oscuras
y
un adiestrado labrador de lazarillo.
Para
ese entonces los viajeros comenzaron a desesperarse. Reclamaban airadamente a
las autoridades del aeropuerto. Decían que no abordarían si no cambiaban
a
los pilotos.
Las
azafatas, con tranquilidad y paciencia, les explicaban a las personas que se
quedaran tranquilos, que, a pesar de que el capitán y el copiloto son
ciegos,
llevan años trabajando en la compañía aérea. Que son muy experimentados y que
forman un equipo muy profesional.
Los
pasajeros, abordaron el avión sin dar mucho crédito a las palabras
tranquilizadoras de la tripulación; al tiempo que pensaban: “si la empresa los
tiene
de
empleados, será porque ellos tendrán la capacidad de pilotear la aeronave”.
Ya
todos a bordo, entre una mezcla de confianza, incertidumbre y preocupación, el
avión comenzó a desplazarse, no obstante, al tomar velocidad suficiente
en
pista, no despegaba.
¡Los
viajeros estaban aterrorizados! El fin se veía venir… la pista se terminaba y
la aeronave todavía no lograba alzar el vuelo.
Los
pasajeros se miraron como despidiéndose de este mundo…
Mientras
tanto, la histeria se apoderaba de todos; al unísono la gente comenzó a gritar
desaforadamente.
En
ese preciso momento el avión milagrosamente tomó altura. Fue ahí cuando el
capitán le dijo al copiloto…: “El día que los pasajeros no griten, ¡nos estrellamos!”.
Volar,
no solo literalmente, sino metafóricamente, es quizá el máximo símbolo de la
libertad.
El
escritor portugués José Saramago, ganador del Premio Nobel de Literatura 1998,
en su “Ensayo sobre la ceguera”, hace una crítica a la sociedad y a los
cambios
que podemos tener las personas ante un hecho conmovedor e inesperado. Es la
metáfora de un autor que nos alerta sobre “la responsabilidad de tener
ojos
cuando otros los perdieron”.
De
su Ensayo resalto la siguiente cita: “Creo que no nos quedamos ciegos, creo que
estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven”.
Ante
el pánico generalizado, estamos experimentando tiempos inciertos, a nivel
individual y colectivo, que nos desconcierta, angustia y paraliza. El
aislamiento social es una desafortunada realidad para millones de personas, el
cual genera un caótico submundo.
Es
oportuno ofrecer un aplauso multitudinario, un gran grito de aliento, que
retumbe en todos los rincones de los hospitales, dedicado especialmente a
la
titánica labor de los médicos, enfermeras, paramédicos, técnicos, camilleros,
laboratoristas, y administrativos, que están al frente de la lucha contra
el
COVID-19.
Héroes
que tripulan la enorme nave del sistema sanitario en Panamá, cuya turbina y los
instrumentos científicos que los guía por encima de todo, es su
vocación,
el alto sentido del deber, altruismo, el compromiso, la solidaridad y el
trabajo incansable.
Hoy,
su sacrificio muestra lo mejor de la humanidad: atienden con todo el amor de su
corazón a los enfermos, incluso sosteniendo la mano de quien enfrenta
a
la muerte en soledad, haciendo más digna su partida de este mundo.
Henry
Ford, el fundador de la compañía Ford Motor Company, decía que “Cuando todo
parezca estar en tu contra, recuerda que los aviones despegan con el
viento
en contra, no a favor”.
De
hecho, un avión usa toda su potencia al momento del despegue y no la vuelve a
usar por el resto del viaje; incluso, una vez se supera la resistencia
natural
en su maniobra de elevación (Cuarentena) el resto del vuelo es casi en “piloto
automático”.
La
pandemia COVID-19 es una enfermedad nueva que genera mucho pánico,
incertidumbre, tensión, estrés, crisis de ansiedad; a la que se suma la
preocupación
por
el cese de la actividad económica, la suspensión de empleos, la partida de un
ser querido, es la reacción normal, ante un evento anormal.
Además,
las confusiones, frustraciones, enojos, miedos, paranoia y otras sensaciones se
combinan entre los que debemos cumplir un confinamiento obligatorio
para
disminuir la propagación del nuevo COVID-19.
En
definitiva, la cuarentena se torna un gran desafío.
Ineludiblemente,
hay tiempos en nuestra vida en que las tempestades nos sacuden o atravesamos
por súbitas turbulencias.
Habrá
momentos de inseguridad; de pensamientos filosóficos sobre la vida y la muerte;
literalmente la tensión aumenta, vislumbras que el fin está muy, muy cerca y no
logras alzar el vuelo.
Sin
embargo, no importa el nivel de emergencia, debemos mantener la confianza, la
serenidad, descubrir nuestras potencialidades, recordar que Dios es el
Capitán,
que Él no está ciego; que guía a sus copilotos (personal de salud) y mantiene
el control de la nave; al unísono debemos gritar (la oración), porque
si
perdemos la fe, seguramente sucumbiremos lamentablemente al final de la pista.
No
vidente y comunicador social.
https://www.laestrella.com.pa/opinion/columnistas/200503/dia-pasajeros-griten-estrellamos
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